Una amiga muy cercana estaba considerando negociar su salario. Llevaba ya 3 años en la compañía, había cumplido y sobrepasado todas las metas del departamento y había aceptado una mejor posición, sin ningún centavo de aumento. Después de varios meses en esa posición, quería un mejor salario. Habíamos tenido 3 o 4 conversaciones sobre el mismo tema, y nuestra conclusión siempre era la misma. Debía de negociar el salario con su jefe.

En ese mismo departamento había un chico que llevaba poco menos de 1 año en la compañía y cumplía parcialmente sus metas. A criterio de ella, no era el más calificado ni el más organizado. Sin embargo, éste “jovencito” le enseñó una lección de vida. Un día entró a la oficina de su jefe, con la mayor tranquilidad del mundo y sin ni siquiera cerrar la puerta, le negoció el salario. Fue una plática de 10 minutos, máximo. Le dieron el aumento.

Al final del día tuvimos la quinta conversación del tema. Ella estaba tan frustrada y al mismo tiempo impresionada por la actitud (y seguridad) de su colega. No podía creer que con menos experiencia, menos calificaciones, menos metas alcanzadas había logrado algo que ella había pensado por meses.

El miedo es un sentimiento poderoso, te paraliza, te hace sentir insegura, te impide avanzar. Nuestros miedos nos limitan, interfieren con nuestros sueños.

Actualmente el flujo de mujeres educadas en los puestos de entrada es alta, sin embargo cuando este flujo empieza a dirigirse a los puestos de liderazgo y supervisión, son ocupados por hombres. Muchos factores influyen, desde la falta de ambición por parte de nosotras a tomar puestos de liderazgo, hasta el hecho de que la ambición profesional por parte de los hombres es esperada, pero para las mujeres es opcional (y muchas veces hasta negativa).

Un estudio realizado por McKinsey a más de 4,000 empleados de las compañías líderes del mercado en USA encontró que un 18% de mujeres aspiraban a tomar puestos altos comparado con un 36% de hombres. Esto probablemente esté alimentado de estereotipos de género introducidas en la infancia y que se refuerzan durante toda la vida, volviéndose profecías cumplidas, como es la idea que la mayoría de posiciones ejecutivas o de supervisión son ocupadas por hombres. Si tomamos este estereotipo como una profecía cumplida, tiene sentido que no aspiremos a alcanzar estos puestos.

Sin embargo el factor miedo es clave en este tipo de problemas: el miedo a fracasar, el miedo a el que dirán, el miedo a ser una mala mamá si obtengo un trabajo con más responsabilidad, el miedo a levantar la mano y dar mi opinión en las reuniones, el miedo a parecer demasiado agresiva si soy asertiva.

Y es que en realidad todas (y todos) tenemos miedos. Pero las mujeres enfrentamos un miedo mayor que es no tener todo a la perfección. Este miedo nos quita la seguridad que necesitamos para cambiar estos estereotipos.

Y la data comprueba esto. Hewlett-Packard realizó un estudio para entender como podían incentivar a más mujeres a ocupar los puestos ejecutivos en su corporación. Los autores encontraron que las mujeres que trabajan en HP aplicaban para promociones sólo cuando creían tener el 100% de los requerimientos necesarios para el trabajo. Los hombres aplicaban cuando pensaban que podrían llenar el 60% de requerimientos necesarios. Así que, prácticamente nos sentimos seguras de nosotras cuando somos perfectas.

Esto es un indicador que debería de importarnos como mujeres. Si somos menos seguras de nuestras habilidades, somos inseguras en cuanto a nuestros logros. Esto nos lleva a no querer perseguir mejores oportunidades para nuestra carrera. Todo por miedo.

Ahora me pregunto, ¿Qué haría yo si no tuviera miedo? ¿Si no le diera tantas vueltas a lo que quiero hacer? ¿Si solamente lo hiciera?

¿Qué harías tu si no tuvieras miedo?

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